Ya no soy yo, todavía (5)

Ya no soy yo, todavía (5)

Ayer comencé a releer «Los alimentos terrestres».
Gide es dios.
Lo que busco es la conversación con mi interior, con mi yo mismo… que a veces tiene cara de puto francés, otras de yanqui histérico y otras muchas, de heterónimo portugués o frágil poetiza porteña…
No es aprender lo que busco. Ya no. Sino recorrer caminos por vez primera. Todos los caminos. Que mi cerebro sea la suela mordisqueada por el tiempo y el peso de la experiencia hecha cuerpo.
Amo la novedad, por eso escribo: que es mi rasguñar la nada con mis uñitas dobladas que no estaban…
Todos los caminos de la nada.
Creo, también, que no es finalizar sendas lo que me interesa, pues cada recorrido es excluyente de los demás, …e insume mi preciado tiempo.
Volver luego. A lo sumo. Cuando ya uno es otro.
Me inquieta y oprime lo que a otros da paz: tanta comodidad, la seguridad de lo ya conocido, todos los techos.
Lo que para vos son almohadones rosaditos, lascera mi carne como colmillos de pirañas… y no sé nadar.
Pero está el Tao: mi calma es tu caos.
Mi para siempre es un nunca jamás. Un nunca jamás me voy, me despido, me olvido. Soy la esfera achatada de la Tierra queriéndose mudar. Soy idioma y silencio. Soy todas las cadenas, que no arrastro ni me atan, sino que uso como riendas para la libertad!

No es aprender lo que me interesa. Sino experimentar. Beber de la gélida fuente de la irreproductibilidad. Ser el ardor que derrite la vela.  La flama levitando en el mar.
Voy a morir, fundiéndome, volviéndome todos los antes y los después, por supuesto, pero primero quiero des-hacerme en vida, como Clarice Lispector: «Ya tuve tanta certeza de mí, hasta el punto de querer desaparecer».

Sin embargo, Gide no es sino tan sólo MI dios. Y de nadie más. No sé si tiene tanto sentido recomendar autores que le han llegado hasta el tuétano a uno, autores que más que escritores son hermanos de sangre… porque siendo así, por fuerza, poco será lo que los demás comprendan o valoren, a menos que también sean nuestros hermanos, a menos que nos comprendan a nosotros -que me comprendan a mí- en el exacto grado en que comprendemos -en que yo comprendo- a Gide. A menos que sientan en la escritura recomendada, la espesura cálida de la sangre propia, y lleguen a confundirse, como yo tantas veces, hasta el punto de creer que ha sido uno mismo quien escribiera aquellas líneas…

He escrito, entonces, apenas un puñado de libros pasables.
Todos ellos, antes de nacer.