Desapego (2003)

Sus ojos grises…

Estela de impudor que la delata, la eleva… y camina hacia aquí.

¿Me prestas tu asiento? Estoy cansada.

[más que cansada… ¡inevitable!, diría yo…]

Ya no me queda ni el aliento a hombre… soy poco más que una mancha de humedad en el rincón. No atino a responderle nada, me paro de un salto como si me hubieran pinchado el tujes con algo, …me lamento de ser tan vacío. …de estar tan sin propósito y tan sin mujer…

Cabeza de oveja y mirada al piso, me retiro tropezando con mi inutilidad empecinada, construida a base de vergüenzas y soledades…

Sus pies blancos devuelven mi corazón al suelo, ese suelo en que me deposito solo. Subraya con su figura mi banco en blanco y comienza a hablar:

De lejos vi unos pájaros confundidos y me sorprendí pensando en vos; debías de ser vos… me acerqué a revisar por las dudas, y… ¡ya ves!

Otro hombre se acerca a ella, desde aquí, hasta ella. No debo de ser yo pues aún no termino de contar mis miedos, así que debe de ser otro, algún otro Diego… y ni siquiera él se anima a arriesgar sus labios en un beso sin regreso. […soy yo.]

¿Por qué te fuiste sin despedirte? ¿Por qué la huída?—insistente y curiosa su mirada, húmedos y bellos, sus labios…

No tuve elección, las despedidas largas son engaños, o no existen… soy inútil sin horarios, soy frágil con los últimos abrazos…

Unos ojos licenciando una mirada de hombre me esperan al final de la conversación, me buscan; no me soltarán —libre— hasta no reconocerse en mi propia búsqueda; y, ya libre, quedaré a merced de sus cabellos, de su recuerdo, de su cuello y de su barrio, a merced de mis caprichos, de mis irrealidades y a merced de lo encontrado.

Luego, me visto de socialidad, abofeteo sus esperanzas, y me llevo todo mi desengaño en un fatal intento de sobrevivir un poco más a mí mismo.