La Función del Autor en la Actualidad. (Ensayo, 2/7)

…Enlace a la Primera Parte

2.2. Progreso vs. evolución: la cultura como devenir

Existe, en efecto, un camino que escapa a los vicios de la teleología, en tanto misión apuntada hacia el futuro, y también a los del sálvese-quien-pueda posmoderno. Ese camino es la interpretación de la cultura también como “evolución”.

Sin embargo, como hemos adelantado, al estar nuestra cultura atravesada por la tendencia a interpretar todo desde un punto de vista destinista, la propia idea de evolución suele transmitir una valoración positiva del devenir, un avance hacia un algo. En cuanto “toca” la cultura, en cuanto la separamos de la esfera discursiva en la que nació, es decir, de la biología, “evolución” con minúscula, se vuelve “Evolución” con mayúscula.

Desde el presente ensayo proponemos tomar la noción de evolución como un devenir sin juicio de valor: un desarrollo sin Destino, pero no por ello indistinto. Para nosotros, evolución no es opuesta a involución, porque no es positiva ni negativa, simplemente: es.

Lo mismo podríamos lograr si escribiéramos progreso sin mayúscula, pero preferimos la idea de “recorrido” sujeto al pasado, a las causas, al entorno, que nos brinda la palabra “evolución”. Al Progreso, entonces, le dejamos su mayúscula y le oponemos nuestra evolución libre de valoraciones.

Hemos evitado los vicios de la teleología en nuestra visión de la sociedad. ¿Cómo evitar los vicios del ultra-relativismo? Lo veremos a continuación.

El núcleo del concepto de evolución es el cambio, la metamorfosis. Pero tales cambios, ni surgen de la nada, ni son azarosos (…en tanto estén originados dentro del objeto, por supuesto; no estamos cuestionando la existencia del azar): tienen razón de ser. En la evolución, las transformaciones están al servicio de la adaptación: si la adaptación se ha logrado, el cambio se detiene. Pero se detiene en un cuerpo, en un organismo, queda latente, mientras todo el universo que lo rodea cambia, hasta que los cambios en el entorno despierten la pulsión evolutiva del organismo en cuestión, y la metamorfosis se reinicie.

En la evolución, el eje, pues, sigue siendo el cambio, pero también lo son el entorno y la historicidad desde la que se procede, los cuales determinan de manera drástica el desenvolvimiento de los acontecimientos.

No cualquier camino da lo mismo en el recorrido de la evolución. Y esta es la principal diferencia entre nuestra visión, y la visión posmodernista.

Volvemos a la cultura. Volvemos al autor.

2.2.1. La evolución en la producción artística

Está muy difundida la asunción de que toda obra nace como negación de la literatura anterior, o como copia de la misma. Mejorada o no, parodiada o no, como sea, pero imitándola al fin.

«…El futuro no es nuestro se anuncia, aquí y ahora, con el bisturí entre los dedos y la alegre certeza de que en la literatura, como en todo arte, sin rupturas no hay relevos.» (Trelles Paz, 2009, p.19)

Esto se debe a que es sencillamente imposible producir arte (o cualquier otro hecho cultural) cerrándose a toda influencia externa. La influencia del entorno y de la historicidad (individual o colectiva) existe; podrán asignársele valoraciones negativas, positivas o neutras, pero las causalidades, el recorrido evolutivo están siempre presentes las intertextualidades bajtineanas: nadie crea a partir de la nada.

Nuestra postura se ve reforzada con el hecho de que a lo largo de la historia del pensamiento ha ocurrido que individuos pertenecientes a diferentes geografías y épocas concibieron ideas equivalentes de forma independiente. (Las duplas Wallace-Darwin, y Piaget-Vygotsky constituyen apenas dos casos paradigmáticos…) ¿Cuántas veces nos sucede que, en soledad, articulamos pensamientos que después leemos de autores que nunca habíamos visto antes? ¿Cuántas a veces creemos que hemos “descubierto” algo por nosotros mismos, pero tiempo después nos damos cuenta de que, en realidad, ya lo habíamos leído bastante tiempo antes de (creer) haberlo descubierto?, …sólo que lo habíamos asimilado, “hecho nuestro”, y luego vuelto a exteriorizar con nuestras propias palabras. Todos estos ejemplos demuestran la existencia del entramado cultural al que en honor a la teoría literaria podríamos llamar palimpsesto cultural, el cual, ya sea en el arte o en el pensamiento, indica a las claras por qué, en este ensayo, preferimos utilizar la palabra producción por sobre la de creación. (O, en todo caso, si se nos escapa “creación” en algún momento, debe entenderse como “producción a partir de”, más que “concepción ex nihilo”.)

Stravinsky, uno de los mayores compositores del siglo XX, supo expresar mejor esta misma idea al referirse a quienes lo llamaban músico revolucionario:

«El arte es constructivo por esencia. La revolución implica una ruptura de equilibrio. Quien dice revolución dice caos provisional. Y el arte es lo contrario del caos. » (Stravinsky, 2006)

Este palimpsesto, esta intertextualidad, va más allá de una sola área: a nivel histórico-social, todas las áreas, todos los saberes humanos se influyen mutuamente, en mayor o menor grado; a nivel personal, los diferentes roles que un mismo individuo desempeña dentro de su comunidad también se ven mutuamente afectados.

Una de las áreas más permeables de todas es la que corresponde a la producción artístico-intelectual:

«Fenómeno social por excelencia, el arte participa en el progreso y en la decadencia de una sociedad.» (Reszler, 2005, p. 45)

(Tenga a bien el lector, por un momento y para priorizar la empatía con Reszler, tomar su mención de “progreso” de manera positiva, resignarle una teleología.)

Ahora bien, ¿por qué tenemos la sensación de que la decadencia y el progreso, que se manifiestan en muchos niveles de la sociedad, no tienen igual de pronunciados sus correlatos en la Ciencia y la Técnica? Tal vez porque la tecnología no puede “retroceder”, como sí pueden hacerlo las sociedades desde el punto de vista de las ciencias sociales: desde el punto de vista tecnológico, los hitos alcanzados son acumulados uno tras otro en una clara “linealidad” de los avances científicos y tecnológicos, a los que una civilización no renunciará ni aun en sus peores crisis morales (o de “decadencia social”, como afirma Bauman); por ejemplo, una sociedad que fabricó la bomba atómica podrá prohibir su futura fabricación, pero no puede “olvidarla”. [Llámese etnocentrismo si se quiere, pero en este ensayo daremos por supuesto que una civilización caníbal o incestuosa, es más “primitiva” ―pura y exclusivamente en esos planos― que otra en la que no tienen cabida tales prácticas.]

En la vereda opuesta, desde el punto de vista de los derechos humanos, por ejemplo, las guerras ocurren una y otra vez; aun habiendo un cierto aprendizaje, se incurre una y otra vez en el error: “Como dice Schopenauer, cuando uno ha sobrevivido a dos o tres generaciones se siente como si estuviera en un circo viendo a un saltimbanqui realizar, una y otra vez, las mismas acrobacias.” (Castillo, 2007, p. 139)

Esto último se aplica, como dijimos, a las artes. Los claroscuros se disipan cuando recordamos el concepto de teleología: aunque los intelectuales y artistas se influyen unos a otros, de cuya influencia dependen sus producciones, y aunque podamos aplicar el concepto de evolución a las artes, afirmaremos con Sorel que:

«Hablar del progreso en arte es como hablar del progreso de la luz solar». […] El Arte, el verdadero, es un maximum, y el maximum no se supera jamás. Un Miguel Ángel está en el mismo plano que un Fidias.» (Reszler, 2005, p. 80-81)

Sin negar la intertextualidad, de la que hablamos con anterioridad, Sorel (citado por Reszler) quiere decir que, en tanto avance o linealidadacumulativa, no hay Progreso ―con mayúscula― en el arte. Nosotros también.

2.2.2. La cultura como hecho colectivo

Por todo dicho más arriba, llegamos a una conclusión no menos importante: Toda producción cultural es un hecho Colectivo pues, aunque la obra pertenezca al individuo que la corporeizó, es la Sociedad la que crea las condiciones de posibilidad de dicha obra:

«En ambos (Deleuze y Foucault), al igual que en Lacan, el sujeto cartesiano (¡por fin cuestionado!) es retirado del sitial metafísico en el cual fue entronizado como un ser esencial y a-histórico para mostrar que se trata de una construcción, de un proceso, de un resultado constructivo. […] Foucault demuestra que aún la creación más osada, la imaginación más lúcida no sabría sobrepasar sino en una mínima proporción lo que la episteme de la época determina como posibilidad. Lacan demuestra en su enseñanza que el sujeto, en tanto producto de la diferencia significante, no puede situarse más allá de la materialidad discursiva que lo determina.» (Hodgson, 2005, p. 26-27)

O, dicho de manera más drástica, pero también más brillante, por Mijail Bakunin:

«[…] (C)ada hombre aporta al nacer, en grados por lo demás diferentes, no ideas y sentimientos innatos, como lo pretenden los idealistas, sino la capacidad a la vez material y formal de sentir, de pensar, de hablar y de querer. No aporta consigo más que la facultad de formar y de desarrollar las ideas y, como acabo de decirlo, un poder de actividad por completo formal, sin contenido alguno ¿Quien le da su primer contenido? La sociedad.» (Bakunin, 2003, p. 95)

Inevitablemente, esta línea de pensamiento nos lleva al movimiento de la Cultura Libre, el cual se basa en dos pilares: el primero de ellos, ya mencionado, es que “toda producción cultural es un hecho Colectivo”; el segundo, se apoya en la premisa de que “la información es poder”: pues el conocimiento como herramienta nos vuelve capaces, eficientes, versátiles, e inmunes a engaños y manipulaciones de terceros. Por lo tanto, el mayor Activo que puede tener una Sociedad es la libre circulación de la información; sin restricciones, sin arbitrariedades egoístas, sin fines materialistas, sin censuras.

Pero, para no desviarnos más de lo necesario, retomaremos estos tópicos de manera más oportuna, en sucesivos capítulos.

(Próximamente…) Enlace a la Tercera Parte

2.2. Progreso vs. evolución: la cultura como devenir

Existe, en efecto, un camino que escapa a los vicios de la teleología, en tanto misión apuntada hacia el futuro, y también a los del sálvese-quien-pueda posmoderno. Ese camino es la interpretación de la cultura también como “evolución”.
Sin embargo, como hemos adelantado, al estar nuestra cultura atravesada por la tendencia a interpretar todo desde un punto de vista destinista, la propia idea de evolución suele transmitir una valoración positiva del devenir, un avance hacia un algo. En cuanto “toca” la cultura, en cuanto la separamos de la esfera discursiva en la que nació, es decir, de la biología, “evolución” con minúscula, se vuelve “Evolución” con mayúscula.
Desde el presente ensayo proponemos tomar la noción de evolución como un devenir sin juicio de valor: un desarrollo sin Destino, pero no por ello indistinto. Para nosotros, evolución no es opuesta a involución, porque no es positiva ni negativa, simplemente: es.
Lo mismo podríamos lograr si escribiéramos progreso sin mayúscula, pero preferimos la idea de “recorrido” sujeto al pasado, a las causas, al entorno, que nos brinda la palabra “evolución”. Al Progreso, entonces, le dejamos su mayúscula y le oponemos nuestra evolución libre de valoraciones.

Hemos evitado los vicios de la teleología en nuestra visión de la sociedad. ¿Cómo evitar los vicios del ultra-relativismo? Lo veremos a continuación.

El núcleo del concepto de evolución es el cambio, la metamorfosis. Pero tales cambios, ni surgen de la nada, ni son azarosos (...en tanto estén originados dentro del objeto, por supuesto; no estamos cuestionando la existencia del azar): tienen razón de ser. En la evolución, las transformaciones están al servicio de la adaptación: si la adaptación se ha logrado, el cambio se detiene. Pero se detiene en un cuerpo, en un organismo, queda latente, mientras todo el universo que lo rodea cambia, hasta que los cambios en el entorno despierten la pulsión evolutiva del organismo en cuestión, y la metamorfosis se reinicie.
En la evolución, el eje, pues, sigue siendo el cambio, pero también lo son el entorno y la historicidad desde la que se procede, los cuales determinan de manera drástica el desenvolvimiento de los acontecimientos.
No cualquier camino da lo mismo en el recorrido de la evolución. Y esta es la principal diferencia entre nuestra visión, y la visión posmodernista.
Volvemos a la cultura. Volvemos al autor.

2.2.1. La evolución en la producción artística

Está muy difundida la asunción de que toda obra nace como negación de la literatura anterior, o como copia de la misma. Mejorada o no, parodiada o no, como sea, pero imitándola al fin.

«…El futuro no es nuestro se anuncia, aquí y ahora, con el bisturí entre los dedos y la alegre certeza de que en la literatura, como en todo arte, sin rupturas no hay relevos.» (Trelles Paz, 2009, p.19)

Esto se debe a que es sencillamente imposible producir arte (o cualquier otro hecho cultural) cerrándose a toda influencia externa. La influencia del entorno y de la historicidad (individual o colectiva) existe; podrán asignársele valoraciones negativas, positivas o neutras, pero las causalidades, el recorrido evolutivo están siempre presentes las intertextualidades bajtineanas: nadie crea a partir de la nada.
Nuestra postura se ve reforzada con el hecho de que a lo largo de la historia del pensamiento ha ocurrido que individuos pertenecientes a diferentes geografías y épocas concibieron ideas equivalentes de forma independiente. (Las duplas Wallace-Darwin, y Piaget-Vygotsky constituyen apenas dos casos paradigmáticos...) ¿Cuántas veces nos sucede que, en soledad, articulamos pensamientos que después leemos de autores que nunca habíamos visto antes? ¿Cuántas a veces creemos que hemos “descubierto” algo por nosotros mismos, pero tiempo después nos damos cuenta de que, en realidad, ya lo habíamos leído bastante tiempo antes de (creer) haberlo descubierto?, …sólo que lo habíamos asimilado, “hecho nuestro”, y luego vuelto a exteriorizar con nuestras propias palabras. Todos estos ejemplos demuestran la existencia del entramado cultural al que en honor a la teoría literaria podríamos llamar palimpsesto cultural, el cual, ya sea en el arte o en el pensamiento, indica a las claras por qué, en este ensayo, preferimos utilizar la palabra producción por sobre la de creación. (O, en todo caso, si se nos escapa “creación” en algún momento, debe entenderse como “producción a partir de”, más que “concepción ex nihilo”.)
Stravinsky, uno de los mayores compositores del siglo XX, supo expresar mejor esta misma idea al referirse a quienes lo llamaban músico revolucionario:

«El arte es constructivo por esencia. La revolución implica una ruptura de equilibrio. Quien dice revolución dice caos provisional. Y el arte es lo contrario del caos. » (Stravinsky, 2006)

Este palimpsesto, esta intertextualidad, va más allá de una sola área: a nivel histórico-social, todas las áreas, todos los saberes humanos se influyen mutuamente, en mayor o menor grado; a nivel personal, los diferentes roles que un mismo individuo desempeña dentro de su comunidad también se ven mutuamente afectados.
Una de las áreas más permeables de todas es la que corresponde a la producción artístico-intelectual:

«Fenómeno social por excelencia, el arte participa en el progreso y en la decadencia de una sociedad.» (Reszler, 2005, p. 45)

(Tenga a bien el lector, por un momento y para priorizar la empatía con Reszler, tomar su mención de “progreso” de manera positiva, resignarle una teleología.)
Ahora bien, ¿por qué tenemos la sensación de que la decadencia y el progreso, que se manifiestan en muchos niveles de la sociedad, no tienen igual de pronunciados sus correlatos en la Ciencia y la Técnica? Tal vez porque la tecnología no puede “retroceder”, como sí pueden hacerlo las sociedades desde el punto de vista de las ciencias sociales: desde el punto de vista tecnológico, los hitos alcanzados son acumulados uno tras otro en una clara “linealidad” de los avances científicos y tecnológicos, a los que una civilización no renunciará ni aun en sus peores crisis morales (o de “decadencia social”, como afirma Bauman); por ejemplo, una sociedad que fabricó la bomba atómica podrá prohibir su futura fabricación, pero no puede “olvidarla”. [Llámese etnocentrismo si se quiere, pero en este ensayo daremos por supuesto que una civilización caníbal o incestuosa, es más “primitiva” -pura y exclusivamente en esos planos- que otra en la que no tienen cabida tales prácticas.]
En la vereda opuesta, desde el punto de vista de los derechos humanos, por ejemplo, las guerras ocurren una y otra vez; aun habiendo un cierto aprendizaje, se incurre una y otra vez en el error: “Como dice Schopenauer, cuando uno ha sobrevivido a dos o tres generaciones se siente como si estuviera en un circo viendo a un saltimbanqui realizar, una y otra vez, las mismas acrobacias.” (Castillo, 2007, p. 139)
Esto último se aplica, como dijimos, a las artes. Los claroscuros se disipan cuando recordamos el concepto de teleología: aunque los intelectuales y artistas se influyen unos a otros, de cuya influencia dependen sus producciones, y aunque podamos aplicar el concepto de evolución a las artes, afirmaremos con Sorel que:

«Hablar del progreso en arte es como hablar del progreso de la luz solar". […] El Arte, el verdadero, es un maximum, y el maximum no se supera jamás. Un Miguel Ángel está en el mismo plano que un Fidias.»  (Reszler, 2005, p. 80-81) 

Sin negar la intertextualidad, de la que hablamos con anterioridad, Sorel (citado por Reszler) quiere decir que, en tanto avance o linealidad acumulativa, no hay Progreso -con mayúscula- en el arte. Nosotros también.

2.2.2. La cultura como hecho colectivo

Por todo dicho más arriba, llegamos a una conclusión no menos importante: Toda producción cultural es un hecho Colectivo pues, aunque la obra pertenezca al individuo que la corporeizó, es la Sociedad la que crea las condiciones de posibilidad de dicha obra:

«En ambos (Deleuze y Foucault), al igual que en Lacan, el sujeto cartesiano (¡por fin cuestionado!) es retirado del sitial metafísico en el cual fue entronizado como un ser esencial y a-histórico para mostrar que se trata de una construcción, de un proceso, de un resultado constructivo. […] Foucault demuestra que aún la creación más osada, la imaginación más lúcida no sabría sobrepasar sino en una mínima proporción lo que la episteme de la época determina como posibilidad. Lacan demuestra en su enseñanza que el sujeto, en tanto producto de la diferencia significante, no puede situarse más allá de la materialidad discursiva que lo determina.» (Hodgson, 2005, p. 26-27)

O, dicho de manera más drástica, pero también más brillante, por Mijail Bakunin:

«[…] (C)ada hombre aporta al nacer, en grados por lo demás diferentes, no ideas y sentimientos innatos, como lo pretenden los idealistas, sino la capacidad a la vez material y formal de sentir, de pensar, de hablar y de querer. No aporta consigo más que la facultad de formar y de desarrollar las ideas y, como acabo de decirlo, un poder de actividad por completo formal, sin contenido alguno ¿Quien le da su primer contenido? La sociedad.» (Bakunin, 2003, p. 95)

Inevitablemente, esta línea de pensamiento nos lleva al movimiento de la Cultura Libre, el cual se basa en dos pilares: el primero de ellos, ya mencionado, es que “toda producción cultural es un hecho Colectivo”; el segundo, se apoya en la premisa de que  “la información es poder”: pues el conocimiento como herramienta nos vuelve capaces, eficientes, versátiles, e inmunes a engaños y manipulaciones de terceros. Por lo tanto, el mayor Activo que puede tener una Sociedad es la libre circulación de la información; sin restricciones, sin arbitrariedades egoístas, sin fines materialistas, sin censuras.
…Pero, para no desviarnos más de lo necesario, retomaremos estos tópicos de manera más oportuna, en sucesivos capítulos.